Hoy, en la playa Pescadores de Chorrillos, Lima, tuve la inmensa fortuna de conocer personalmente a Zamira Landa Rodríguez. Esta experiencia ha añadido una dimensión humana y profundamente emotiva a lo que hasta ahora conocía solo a través de relatos digitales. Verla en acción, enfrentando las olas con una mezcla de gracia y fortaleza, fue mucho más que una simple demostración de habilidad en natación; fue un testimonio del espíritu humano.

Zamira, con apenas 12 años, ya ha logrado nadar 7 kilómetros en aguas abiertas, un hito impresionante que habla de su tenacidad y pasión. Zamira, quien forma parte del destacado grupo de natación “Patas de Rana”, ha demostrado ser una nadadora excepcional. Este grupo, conocido por su enfoque inclusivo y su habilidad para enseñar a nadar desde cero a personas con diversas habilidades, ha sido el catalizador perfecto para el desarrollo de Zamira. A pesar de su discapacidad visual, ha aprendido a navegar por las aguas abiertas con una destreza que desafía cualquier preconcepción.

En mi encuentro con ella, pude ver de cerca no solo su habilidad física, sino también su increíble espíritu. Zamira irradia una confianza y una alegría de vivir que es contagiosa. Su dedicación y logros en la natación son admirables, pero lo que realmente me impactó fue su resiliencia, su actitud positiva ante los desafíos y su capacidad para inspirar a quienes la rodean

Esta joven excepcional merece no solo mi respeto, sino también mi más profunda admiración. Su historia es un recordatorio poderoso de que los límites, a menudo, están en nuestras mentes y que con el apoyo, la guía y la comunidad adecuados, podemos alcanzar alturas que nunca imaginamos posibles. El conocer a Zamira hoy no ha sido solo un privilegio, sino también una fuente de inspiración personal y un recordatorio de que la verdadera grandeza a menudo reside en aquellos que, contra todo pronóstico, eligen superar y triunfar.